Elena, la que bailaba con los muertos

Pocas personas saben esta historia, ha llegado a mis oídos por la anciana vecina de un amigo que tuve a bien conocer hace ya muchos años.

Cuenta la leyenda que Elena era una mujer de hermosura sin par; veinte años de edad, cuerpo de graciosas formas, ojos glaucos, rostro hermoso y de una blancura de azucena, enmarcado en abundante y sedosa cabellera bruna que le caía por los hombros y formaba una cascada hasta la espalda de fina curvatura. Se asegura que además de esas cualidades físicas, su alma era toda bondad y dulzura.

Todos los hombres del pueblo aspiraban a casarse con ella, pero la joven parecía no sentir especial predilección por ninguno de sus enamorados. De hecho lo único que ella deseaba era dedicarse a la vida religiosa, pero debía esperar a que sus padres juntaran cierta cantidad de dinero para que ella pudiera ingresar al convento de la capital.

Eran inútiles todos los regalos, ruegos, serenatas, detalles e invitaciones que los hombres solteros del pueblo gastaban en ella, pues parecía no prestar interés en nada, excepto en lo tocante a su grupo de catecismo y las misas de cada domingo. Para ella el único sueño era poder entrar por fin al convento y dedicar su vida a la gloria del Señor.

Lamentablemente, uno de aquellos hombres que la pretendía comenzó a tener un sentimiento de odio por ella. Con el paso de los días se convirtió en rencor, y se decidió tenerla en contra de su voluntad, pero la muchacha nunca caminaba sola por las calles del pueblo, se le veía siempre acompañada por sus dos hermanos que la cuidaban y veían por ella.

Pensó y pensó aquel hombre en la forma de llevar a cabo sus maléficos planes, pues nunca permitiría que una mujer se burlara de su orgullo. Quiso la mala suerte que un día se topara con una Bruja que hacia pócimas de amor. El hombre por fin pudo acercarse a ella: las hierbas y los menjurjes, los hechizos pronunciados habían dado el efecto deseado. Y en muy poco tiempo la mujer fue suya.

No fue necesario casarse con ella; por el efecto de las brujerías, la muchacha había sentido repentinamente un enamoramiento falso, una pasión desbordada por aquel hombre que no hacia más que burlarse de ella y tratarla mal para compensar todo lo que él había sufrido por ella antes de comenzar a odiarla. Cuando el hombre se dio por satisfecho, no hizo más que irse del pueblo sin avisarle, y así, de un momento a otro, Elena andaba como un fantasma dentro de su casa.

Su familia empezó a preocuparse, pues comenzó a adelgazar, no quería salir de su casa y solo lloraba y lloraba, por aquel mal hombre que la había utilizado como un objeto del que se había cansado y había optado por abandonar. Los padres se enteraron de que jamás podría ingresar al convento, pues ya no era pura, y la echaron cruelmente, sin que ella se hubiera repuesto siquiera de su enfermedad.

Anduvo vagando la pobrecita por el pueblo, sin saber dónde guardarse de la noche y de la gente que la veía burlona. Fue a parar a un enorme portón de madera viejo y húmedo, donde una anciana, conmovida, la vio y la invito a entrar para pasar la noche, le dio algo de cenar y comenzaron a hablar.

Elena había contado todo lo ocurrido, de repente la anciana sorprendida, le dijo que ella había sido contratada por aquel hombre para enamorarla de él. Elena no entendía nada; lejos había estado de imaginar que se encontraba en la casa de la misma bruja que había lanzado el hechizo que la había hecho tan infeliz.

Se quedó a vivir con aquella mujer, y con el pasar del tiempo le aprendió el oficio. Casi nunca salía de la casa por temor a que la vieran sus conocidos; solo de noche iba por los mandados que la bruja le asignaba, pero casi todos ellos eran cerca del campo o cementerio. Ahí fue donde Elena aprendió a desenterrar los restos humanos y a sacar provecho de los mejores huesos; incluso, mientras más fresco fuera el cuerpo, mayor poder tendría para las pócimas y hechizos.

Aunque al principio era bastante desagradable destazar la carne muerta y apestosa de los cadáveres, con el tiempo, se hizo una experta en descuartizarlos y sacarles todo el provecho posible. Si alguien hubiera pasado por el cementerio a esas horas de la madrugada, y hubiera visto a Elena trabajando, la habría encontrado cubierta de sangre, sucia y con la ropa rasgada; con manos llenas de fango y tierra, con la mirada un poco perdida, bailando entre los muertos.

Se cuenta que una mujer loca salía a saciarse de los muertos; les arrancaba los ojos y danzaba con sus miembros a la luz de la luna. Esta historia llego a todo el pueblo, pero solo alguno que otro valiente se atrevía a espiar de lejos al monstruo que hacia tales aberraciones, protegida por la oscuridad de la noche. La mente de Elena enloqueció. La historia se guardó por mucho tiempo hasta que aquella anciana de mirada extraña me la contó.

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