Tal día como hoy, hace 57 años, la prensa francesa publicaba la desaparición de Ben Barka, líder de la oposición marroquí y exiliado en París. El día anterior fue sorprendido en plena calle por dos policías que le ordenaron que les acompañara. No se ha vuelto a saber nada de él.
Quedaba claro que había caído en poder de su acérrimo enemigo, Hassan II. El monarca marroquí estaba dispuesto a matarlo tras sacarle toda la información de la que dispusiera. Se rumoreó que lo habían disuelto en una cubeta de ácido, aunque otros decían que le habían pegado un par de tiros y se habían deshecho del cadáver en algún terreno desconocido…
MISTERIOSO HALLAZO ENUN CEMENTERIO
Nueve meses después de su desaparición una distinguida señora iba a ser enterrada en el mausoleo familiar. Tras correr la piedra de la entrada se produjo una macabra sorpresa. Dos cadáveres desnudos yacían en el suelo. ¿A quién pertenecían aquellos restos?
El escenario, un tanto tenebroso. Un pequeño cementerio con telón de fondo montañoso. Un solo panteón, de magníficas construcción y hechuras, presidido por un enorme ángel. El resto del camposanto lo componían un par de docenas de tumbas excavadas en el suelo. El césped y los árboles se mezclaban con las lápidas. Al fondo, los picos fronterizos parecían tocar el cielo dentro de la nebulosa habitual.
Ituren es un pueblo navarro de la comarca del Bidasoa, en la falda de los Pirineos. En septiembre de 1966 falleció Luisa Urroz, viuda, de sesenta y seis años de edad. Aunque la familia residía en Madrid, su última voluntad fue descansar en su localidad natal.
El féretro, tras la sorpresa inicial, fue depositado en el suelo, mientras varios miembros de la comitiva mortuoria accedían a la cripta. En el pasillo interior, entre las dos filas de nichos, había un par de cuerpos, atados con una cuerda y envueltos en una tela, dentro de una caja hecha con tablones de madera. Ambos tenían el cráneo atravesado por una bala.
El panteón llevaba cerrado seis años, dado que no había muerto nadie de la familia. Y en los dos últimos no se había registrado ningún óbito o desaparición en toda la zona. La noticia se expandió como un reguero de pólvora. El corresponsal de Diario de Navarra nos llamó a la redacción para informarnos del extraño hallazgo. Cuando llegamos al lugar del suceso pudimos ver los occisos depositados en el suelo de una de las calles del sacramental.
El párroco, Vicente Hernandorena, solicitó permiso al arzobispado para darles cristiana sepultura. Pero no se pudo efectuar el sepelio. Miembros de la BIC trasladaron los restos a Pamplona.
Tras el análisis forense se determinó que pertenecían a un hombre, de 45, y a una mujer, de 24. Con balazos del calibre 22 en el cráneo. Llevaban once meses ocultos en dicho lugar. A la cabeza del primero le habían quitado la dentadura. Prueba esencial para la necroidentificación del mismo, en tiempos en que se carecía de avances científicos como el ADN.
Mientras las autoridades realizaban las primeras investigaciones, los comentarios y opiniones eran para todos los gustos. Se rumoreaba que podía tratarse de emigrantes. La economía de Portugal se encontraba mal, a causa de la guerra en Angola y Monzambique, y mucha gente intentaba marchar al extranjero. Unos por miseria, dado que habían huido de dichas colonias, y otros para eludir el servicio militar obligatorio.
Los contrabandistas gallegos crearon una red de tráfico de fugitivos (carneiros). Los introducían en nuestro país a través del rio Miño y después, escondidos en furgonetas o automóviles, los trasladaban hasta Francia. En ocasiones, si atisbaban peligro porque podía aparecer la Guardia Civil, les decían que ya habían entrado en terreno galo y los abandonaban antes de la frontera.
Pero un pequeño detalle echaba por tierra tal teoría. Cuando se produjo el extraño hallazgo, un chaval del pueblo, Enrique Erreguerena, de diez años, monaguillo que acompañaba al cura, vio junto a los esqueletos un zapato de mujer. De rejilla, con medio tacón roto. Calzado imposible de utilizar en tales parajes, pródigos en lluvia y terreno embarrado. Se trataba de un olvido, tras que desnudaran los fiambres para esconderlos en dicho recóndito lugar, en la confianza de que no serían descubiertos en mucho tiempo.
También se habló de maquis. Aunque la organización de guerrilleros antifascistas estaba prácticamente extinguida. Y, además, no quedaban mujeres combatientes.
TOP SECRET
El forense de Pamplona, Valentín Yoldi, intentaba quitar importancia al suceso, alegando que podía tratarse de restos procedentes de otro cementerio o de algún equívoco del enterrador cuando limpió el panteón año y medio atrás. De parecida opinión era el secretario del Ayuntamiento, que procuraba eliminar cualquier tipo de trascendencia al hallazgo.
La Benemérita de Santesteban se limitó a comunicar que había dado parte a la superioridad. Los inspectores de la BIC mareaban la perdiz, ocultando todo lo que podían a la prensa, mientras caía sobre la población una boira más espesa de lo habitual, a base de oscurantismo y temor. La anunciada nota oficial por parte de la autoridad gubernativa nunca llegó a divulgarse.
Imperaba la ley del silencio a todos los niveles. Entre el vecindario, dedicado de siempre a la agricultura y ganadería, la presencia de periodistas hacía que se recluyeran rápidos en sus casas de piedra. A veces asomaban tímidamente sus cabezas por las ventanas, para comprobar si los reporteros se habían marchado.
El único que se mantenía firme en su postura era el empleado responsable del recinto mortuorio. Aseguraba que dichos cadáveres no estaban allí cuando entró en el mausoleo por última vez y que, por supuesto, no se trataba de ningún error.
Quedaba claro que gente desconocida los había depositado en dicho lugar, con la complicidad de alguien de la zona, para trasladar los cuerpos de las víctimas, saltar el muro de piedra, accionar las oxidadas empuñaduras del sepulcro y depositar la carga. Todo ello al amparo de las sombras de la noche, con rapidez y sigilo, no dejando señal alguna de su presencia.
Indudablemente había que mirar más lejos, hacia el horizonte que cruzaba la linde con el país galo, como hacía el hijo de la finada. En esta ocasión el paso clandestino pirenaico había sido a la inversa.
Gregorio Iturbe, importante constructor madrileño, muy bien relacionada con el régimen franquista, expresaba la honda impresión sufrida. Mientras charlaba con los enviados de El Caso, su mirada se dirigía de modo insistente hacía la lejanía.
–Detrás de ese pico que tenemos enfrente, de más de dos mil metros de altura y coronado por una ermita, hay otro pequeño montículo. Después, Francia.
Pocas palabras, un tanto enigmáticas, pero suficientes. Parecían apuntar hacia el origen del suceso. La linde fronteriza estaba demasiado cerca, para lo bueno y para lo malo.
El municipio, de tan solo medio millar de habitantes, fue tomado militarmente por la Benemérita, impidiendo el acceso a los informadores y curiosos. La creencia general era que se trataba de algo importante.
CENSURA DESDE LA JEFATURA DEL ESTADO
A las dos semanas Diario de Navarra anunciaba que «el muerto podía ser Ben Barka y ella su secretaria. Las fechas parecían coincidir y ya se ha publicado varias veces que, a la desaparición del político marroquí, siguió la de su joven ayudante».
A raíz de esta escueta información el caso tuvo un giro brusco. Se había puesto el dedo en la llaga. Un suceso que no parecía tener mayor importancia se convertía en un delicado tema de Estado. Podía convertirse en un escándalo de resonancia internacional.
Esa misma noche, agentes de paisano, pertenecientes a la Guardia Civil, se presentaron en la sede del rotativo de Pamplona que estaba informando del suceso. Preguntaron por el director. Coincidió que me encontraba en la puerta, a punto de salir a la calle, y les expliqué que había marchado a cenar, por lo que tendrían que volver más tarde. No me permitieron terminar. Tras mostrarme sus acreditaciones, como miembros del Servicio de Información, se expresaron de modo contundente.
–Dígale que hay una orden expresa del Jefe del Estado para que no se vuelva a difundir absolutamente nada sobre lo de Ituren. ¡Nada!
–Supongo que traerán un escrito al respecto –apunté fingiendo expresión de ingenuidad.
La mirada de la pareja de la Benemérita fue de las que fulminan.
–¡Ni escritos ni leches! Es una orden directa de Franco. Comuníqueselo en cuanto venga y ¡ni una línea más al respecto!
–O sea que…
–Ni una línea –me cortaron–. O aténganse a las consecuencias…
Indudablemente, había prisas, en exceso, por cerrar el caso. Ni siquiera se había empleado la vía disuasoria que se utilizaba a través del delegado provincial de Información y Turismo. A veces bastaba con una simple indicación telefónica, a tono con los nuevos tiempos tras la recién estrenada Ley de Prensa e Imprenta. Pero en esta ocasión fueron los responsables del instituto armado que llevaban la investigación quienes zanjaron el tema de modo directo y fulminante.
Se pusieron todas las trabas posibles para que se descubriera la verdad. Nunca se volvió a escribir del suceso. Pasó a convertirse en tabú. El Gobierno no deseaba que se viviera otra delicada situación diplomática como la ocurrida poco antes tras el asesinato en Extremadura del general portugués Humberto Delgado. Nada de problemas diplomáticos con los países vecinos.
Mehdi Ben Barka había sido presidente del primer parlamento de Marruecos tras su independencia. Después encabezó la oposición contra el reinado absolutista de Hasán II, del que había sido preceptor. Era uno de los fundadores de la Unión Socialista de Fuerzas Populares (USPF), el principal partido de izquierdas.
Gran activista a nivel internacional, cuando desapareció presidía el comité preparatorio de la I Conferencia Tricontinental. Se iba a celebrar en La Habana, como una respuesta de los pueblos de África, Asia y América al colonialismo y al imperialismo. Muchos gobiernos, empezando por el de su país, deseaban eliminarlo.
Tenía 45 años cuando desapareció. Se había exiliado de Marruecos tras sufrir un atentado en la carretera entre Rabat y Casablanca, a raíz de que denunciara el fraude de las primeras elecciones legislativas. Salvó la vida milagrosamente. Tras huir a París, vía Argelia, fue juzgado en rebeldía y condenado a muerte.
Rabat montó la Operación Bouya Bachir para detenerlo. Tras seguir sus pasos día y noche le tendieron una trampa. Fue citado para cenar en una histórica cervecería, Brasserie Lipp, con el director Georges Franju. El cebo era la preparación de una película, titulada Basta!, sobre la descolonización.
Acudió al establecimiento junto a un estudiante que colaboraba con él. Inesperadamente un par de individuos, que se identificaron como policías, lo introdujeron a la fuerza en un vehículo. Al acompañante lo apartaron de un empujón. Era el veintinueve de octubre de 1965.
Todo había sido una trampa tendida por los servicios secretos marroquíes. Fue trasladado a un chalé situado en Fontenay-le-Vicomte (Essonne), propiedad de un hampón. Allí le esperaba el ministro alauita del Interior, general Mohamed Oufkir, máximo responsable de la represión política y artífice del secuestro. Dirigió personalmente el cruel interrogatorio, secundado por su adjunto, el comandante Ahmed Dlimi, director general de la Seguridad Nacional (CAB1).
Torturaron al prisionero para sacarle toda la información, hasta matarlo. El primero era un especialista con las tenazas en arrancar uñas, mientras que el segundo acostumbraba a hundir un cubilete de madera en el ano de las víctimas. Le hicieron lo que en el argot criminal se denomina “un completo”. Después se llevaron su cadáver, junto con el de una ayudante que tenía, para hacerlos desaparecer.
La justicia francesa halló evidencias del magnicidio. El magistrado Louis Zollinger dictó orden de arresto contra ambos dirigentes e inculpó a Marcel Le Roy-Finville, uno de los jefes del Servicio de Documentación Exterior y de Contraespionaje (SDECE). En un hecho sin precedentes en el Derecho Internacional, un ministro extranjero fue condenado in absentia a cadena perpetua. Los espías Antoine López y Louis Souchon, a seis años de cárcel.
Hasán II insistía en que no tenía nada que ver con la muerte de su enemigo. Se negó a entregar a Oufkir, incluso ni lo destituyó. Tensa situación que llevó al congelamiento de relaciones diplomáticas entre ambos países durante dos años.
Uno de los episodios más conflictivos de la historia alauita y sus años de plomo. Realmente no faltaron cómplices para eliminar al líder izquierdista. En plena guerra fría resultaba demasiado incómodo para ciertas potencias por su compromiso con la lucha contra el imperialismo. Un asesinato político deseado por muchos. Además, en Francia el general De Gaulle estaba volcado en plena campaña electoral frente a Mitterrand y no quería problemas con la antigua colonia.
También las sospechas apuntaron hacia Estados Unidos. Policías de narcóticos de Nueva York estaban colaborando con la Prefectura de París en la famosa operación antidroga The French Connection. La excusa era que Ben Barka podía estar importando hachís marroquí para conseguir fondos con destino a su causa política. El trasfondo auténtico: que no llegara a encabezar la conferencia tercermundista en Cuba. La CIA se movía a su aire por la ciudad de la luz, al igual que en otras importantes capitales europeas. Incluso se comentó que un miembro de dicha agencia, junto con otro yanqui, se encontraba en la Brasserie Lipp observando los acontecimientos.
DURO INTERROGATORIO
Un antiguo espía marroquí comentó años más tarde que también había intervenido el Mossad, la agencia de inteligencia de Israel. Se llegó a publicar que el director de dicho organismo, Meir Amit, e incluso el primer ministro, Levi Eshkol, reconocieron que su país participó, aunque de modo indirecto, en dicha eliminación. En total, cuatro países implicados en el caso.
Un agente de los servicios secretos españoles destinado varios años en el Magreb, Luis Manuel González-Mata, alias Cisne, mantuvo contactos con Oufkir. El general le dio su versión de los hechos.
–Todo es verdad, excepto una cosa: yo no he asesinado a Ben Barka.
–¿Qué? –preguntó extrañado el espía.
–No. Como todo el mundo, olvidas algo: yo no era el único que estaba interesado en él. Los norteamericanos también. Preparé el rapto en combinación con la CIA. Si hubiese actuado solo, habría podido hacerme con él en Ginebra, pero los yanquis eligieron París, porque se habían infiltrado en los servicios secretos y policiales franceses, y disponían allí de buenos agentes.
–¿Qué pintaban los norteamericanos en este asunto?
–Querían liquidarlo, mientras que yo sólo deseaba hablar con él.
–Sigo sin entender.
–Recuerda. En vísperas de su rapto, Ben Barka se disponía a volver a Marruecos. Había sostenido largas conversaciones en Alemania con el príncipe Muley Alí, primo del rey. Su interlocutor le había explicado que Hassan deseaba dar un nuevo rumbo a su política y amnistiar a la oposición. Ben Barka debía participar en un nuevo gobierno de unión nacional, como ministro de Relaciones Exteriores.
–¿Y la CIA?
–Esa es otra historia. Ben Barka había sido nombrado presidente de la Tricontinental. Si se convertía además en ministro de Marruecos, su fuerza aumentaría considerablemente y los intereses norteamericanos en este país quizá quedarían definitivamente comprometidos. La CIA lo buscaba y yo también. Así que unimos nuestras fuerzas para raptarle. Pero yo ignoraba que lo buscaban para matarle.
–Me cuesta trabajo creerlo…
–Veamos: si yo hubiese querido liquidar a Ben Barka, ¿por qué me habría desplazado personalmente, con el peligro de comprometer en territorio francés mi honor, mis funciones y al mismo rey? Dos o tres asesinatos hubieran resuelto el caso. Te lo repito, yo no fui a París más que para discutir con él.
–¿Entonces?
–Reconozco que me insultó y rechazó todas mis propuestas. Incluso me escupió y yo le di un puñetazo en la cara. Después le apreté las clavijas hasta que me dio unos poderes y el número de su caja fuerte en Suiza. Quería apoderarme de sus documentos para tenerlo cogido por alguna parte. En realidad, me han sido ya muy útiles, pues probaban que Ben Barka no hubiera tenido miramiento con Francia, que le acogía en su territorio. Gracias a los mismos pude conseguir enseguida una cierta discreción por parte de las autoridades galas.
El ministro marroquí proseguía cargando la autoría del crimen a los demás.
–Lo malo vino después de mi “entrevista”. Yo había dejado a Ben Barka vivo en manos de sus raptores. Los norteamericanos lo asesinaron, no sé dónde, ni cómo, y han hecho que me acusen del crimen. Y como todas las apariencias estaban contra mí, no he podido defenderme. Mi operación había salido mal, la CIA logró sus fines y, por su parte, el gobierno francés aprovechaba el escándalo para depurar el SDECE de elementos proyanquis. En este asunto el único cornudo he sido yo.
Ocho años más tarde este azote de conspiradores murió tras un intento de golpe de Estado para proclamar la república. Oficialmente, “suicidio”. De un disparo por la espalda… Rabat aprovechó para atribuir la muerte Ben Barka a la enemistad entre ambos políticos y no a un plan oficial.
SIN RASTRO A NIVEL OFICIAL
En cuanto a los cadáveres hallados en Ituren, fueron enviados a Barcelona para su estudio forense. Algo que extrañó bastante, pues ya habían sido examinados en Pamplona. Los restos de un hombre y una mujer de edad y complexión similares a las del político rebelde y una ayudante que colaboraba con él. Se conoce que, en los huesos del cuerpo masculino, quedaba una marca similar a la lesión producida en las vértebras cervicales cuando Ben Barka sufrió un intento de asesinato disfrazado de accidente de tráfico.
En la capital catalana se perdió la pista. Tampoco se hizo público el resultado final de las autopsias. Los huesos desaparecieron para siempre.
En el ayuntamiento de la localidad navarra no queda constancia alguna de lo ocurrido en su camposanto. Todo parece haberse desvanecido. Se ha convertido en oscurantismo y hasta miedo, que todavía perdura. Hay poca gente en el pueblo que se atreva a hablar al respecto.
Josetxo Iparraguirre, exalcalde y testigo del lúgubre descubrimiento, todavía lo recuerda.
–Yo estaba allí cuando se abrió el panteón. Al fondo se veía algo fuera de lo normal, parecían dos cuerpos. Nadie me indicó claramente que no dijese nada, pero yo ya sabía que de aquello no se podía hablar.
También el entonces monaguillo, Enrique Erreguerena.
–Cuando me acerqué a mirar, vi dos cadáveres. Uno contra el otro, con las manos atadas a la espalda. También me fijé en que había un zapato de tacón.
Silencio en Ituren. Misteriosas muertes en París. Un compló en toda regla.
Casi todos los testigos de lo ocurrido en la capital francesa fueron muriendo, la mayoría por causas no naturales. El principal, Georges Figon, un delincuente que preparó la emboscada al líder. En unas declaraciones al semanario L’Express tituladas –«Yo he visto matar a Ben Barka»– implicaba en la trama a la Prefectura de Policía de París. Poco después aparecía misteriosamente suicidado en su estudio.
Similar ocurrió con Thami Zemmouri, el estudiante que acompañaba al político cuando fue atrapado, y que lo presenció todo. Se escondió en un apartamento, pero fue secuestrado y su cadáver apareció con falsas muestras de haberse quitado la vida.
Para tales encargos se utilizó a tres mercenarios, pieds-noirs que se dedicaban a burdeles, casinos y trabajos sucios. Huyeron a Marruecos. Pero iban camino del infierno. Al menos dos de ellos murieron en el famoso PF3 (Point Fixe 3), un centro de tortura y cárcel secreta, donde fueron enterrados. Allí era habitual sentar a los reclusos sobre botellas de cristal roto, violación con porras quemadas, etc. Y, finalmente, la estrangulación.
En Francia prosiguió el proceso judicial. Comisiones rogatorias, órdenes de busca y captura, juicios, condenas….
Se rodaron un par de películas, de tipo documental y con gran éxito, sobre el tema. L’attentat, de Yves Boisset, con adaptación y diálogos del exministro Jorge Semprún, en l972, y J’ai vu tuer Ben Barka (titulada en España El asunto Ben Barka), en 2005. En ambas queda claramente manifiesta la implicación del Gobierno francés para apoyar la maniobra de la monarquía aluita.
Transcurrida una década del suceso, un hijo del asesinado consiguió que se reabriera la investigación a raíz de un papel encontrado en el cadáver de Figon. La justicia gala siguió insistiendo en el tema. El juez Patrick Ramaél cursó en 2007 una orden de detención contra cuatro máximos responsables policiales y de los servicios secretos marroquíes. Desde hace años venían eludiendo declarar en la instrucción del sumario. Rabat volvió a hacer oídos sordos, alegando que no conocía sus direcciones.
En España se guardó silencio absoluto al respecto. El Gobierno prefirió mantenerlo como un secreto de estado. Dos meses antes de la desaparición de Ben Barka, la Brigada Político-Social había detectado su presencia en nuestro país acompañado por otro súbdito marroquí. Le siguieron los pasos, aunque sin conseguir mayor información sobre el objetivo de sus andanzas por suelo hispano.
Este apasionante crimen de estado lo desarrollo mucho más ampliamente en mi libro “Grandes casos de la crónica negra” junto con otros que en su momento conmocionaron a una parte de la sociedad.