El calor apretaba en el inicio del verano del año 2005. Un sudoroso obrero cavaba una zanja en los bajos del apartotel Augusta, en Palma de Mallorca. Tras un fuerte impacto con el pico asomaron unos huesos. Susto mayúsculo.
Los restos óseos correspondían a una mujer, de unos 50 años de edad, fallecida a causa de una serie de golpes que le fracturaron el cráneo, las costillas y otras partes del cuerpo. Estaba vestida y conservaba los pendientes, una pulsera de oro y el reloj.
Los investigadores descubrieron que a principios del año 1977 se había presentado una denuncia por la desaparición de María Dolores Santiago Palenzuela, empleada de dicho centro. Una granadina del barrio de la Cartuja que un lustro antes se había trasladado a la isla para trabajar en el ramo de la hostelería. La prueba de ADN realizada a una hermana suya fue concluyente.
Lo recóndito del lugar del hallazgo y el hecho de que hubiera sido ocultada concienzudamente bajo una capa de cemento hizo pensar que el autor podría pertenecer al personal del establecimiento. Se supo que mantuvo una relación sentimental con un compañero, Pep, alias ‘el Picapedrer’, también conocido como José ‘el Albañil’. Estaba casado y tenía dos hijos. La lavandería, donde ella trabajaba, situada en los subterráneos, era el oculto lugar de sus furtivos y apasionados encuentros.
LO NIEGA TODO
El amante trató de despejar ante la policía cualquier vínculo con el suceso. «¡Todo son mentiras! No se quién era. No sé de quién me hablan. No conocía a esa mujer», afirmaba categórico. Ante las crecientes acusaciones reconoció que su relación con la víctima ser limitaba a ¡hola! y ¡adiós! Incluso negó que la hubiera acompañado en una ocasión a la ciudad de la Alhambra, donde algún familiar los vio juntos. Pese a incurrir en numerosas contradicciones no pudo ser puesto a disposición judicial, dado que el homicidio había prescrito nueve años atrás.
Lo cierto es que la víctima comentó a una sobrina, precisamente la víspera de su misteriosa desaparición, que iba a abandonarle y volver a su tierra. Tras cinco años de relación él no se avenía a dejar a su mujer para vivir con ella, aunque pretendía proseguir con su adulterio, amenazándola con realizar una locura en caso contrario. No se volvió a tener noticia alguna.
«Iba indocumentada, sin dinero y sin más ropa que la que portaba», decía la prensa tras la denuncia presentada por la familia. El marido de otra sobrina visitó al sospechoso para preguntarle por su tía y éste se puso nervioso. Casi le golpea. Incidente que, como tantos otros testimonios, negó el aludido.
OCULTÓ EL CADÁVER
Al parecer, durante esa última cita en la lavandería discutieron y la mató. Después trasladó el cuerpo inerte hasta un sótano que existe bajo la piscina y que jamás se utilizaba, donde procedió a emparedarlo.
Los familiares, convencidos de su culpabilidad, no se resignan. Exigen algún tipo de justicia. Mientras, continúa siendo un crimen casi perfecto. Y, además, dado el tiempo transcurrido, sin castigo penal alguno. Muchos somos partidarios de que ciertos delitos, en especial los asesinatos, no deben prescribir.
En las imágenes, prendas de la víctima y lugar del hallazgo del occiso.