CANÍBALES DEL SIGLO XX (II)

Karen Durrell, una bella divorciada de 41 años y madre de dos hijos, llegó a nuestro país en 2003, procedente de la localidad inglesa de Ilford (Essex), dispuesta a iniciar una nueva vida. Y la emprendió al poco junto a un constructor británico, Miles Laning, al que conoció en Calpe, población alicantina en la que hay asentada una gran comunidad británica. La pareja entabló amistad con un paisano suyo, del que ignoraban que estaba huido de la acción de la justicia; sobre él pesaban acusaciones por dos homicidios y un atraco. Paul L. Durant logró hacerse un hueco en dicha relación, formándose un extraño triángulo. Convivieron un corto espacio tiempo en la misma casa.

Karen Durrell

El novio tuvo que regresar a Londres para resolver problemas económicos. De inmediato el criminal, que volvió a instalarse en el apartamento de Karen, le envió un mensaje de voz en el que le amenazaba con matarle si retornaba aquí. Una semana más tarde desaparecía la mujer. Sus familiares, alarmados por la falta de noticias, contactaron desde el Reino Unido con la policía para que iniciaran la búsqueda. Laning explicaba a la prensa inglesa que ya había advertido a su pareja que Durant era “un bicho raro y solitario”, pero ésta, al parecer, sentía lástima. No pudo hacer mucho más contra quien la deseaba y a final consiguió abrir una brecha en la relación sentimental de la pareja.

Emprendidas las averiguaciones, los vecinos del inmueble declararon que en los últimos días se habían producido altercados en dicha vivienda. Una vez iniciado el registro descubrieron un cuchillo y una sierra ensangrentados. Paul fue detenido. Confesó que había estado viendo con Karen una película sobre pederastia y que, a raíz de ello, se entabló una fuerte discusión. Fue a por un mazo y la golpeó en la cabeza por detrás. Trasladó el cuerpo inerte a la bañera y, tras seccionarlo, metió los trozos en una maleta. En el interior de ésta sólo quedaban rastros biológicos. ¿Y el cadáver? Se emprendió una intensa búsqueda por los contenedores de la zona, sin resultado alguno.

RECONOCE QUE SE LA COMIÓ

El tema adquiría mayor truculencia con la publicación de una carta del presidiario en The Daily Mirror. “Yo creo que Dios me envió a Karen. Después de matarla, la corté en pequeños pedazos y lo que era digerible… me lo comí”, reconocía en su declaración.

Se autoinculpaba de canibalismo. Voces procedentes del televisor le habían dicho lo que debía hacer. Describía que había discutido con la mujer sobre su deseo de ingerir carne humana. “Le dije que yo había venido a España para matar y comer pedófilos. Creo que ella era consciente de que tenía que morir”. En cuanto a posibles malos tratos, reconocía que “sólo fui violento una vez, cuando la maté”. Señalaba que con anterioridad “ya había tenido deseos de comerme a alguien y se lo dije a la policía británica” en varias de las detenciones a lo largo de su recorrido criminal durante varios lustros.

Manifestó que los trozos no comestibles los depositó en pequeñas bolsas de basura que distribuyó por Calpe. Pero no dieron con nada, ni siquiera el mazo con el que decía haberla matado.

Paul L. Durant

Fue portada de los tabloides sensacionalista británicos, que lo denominaban “el Caníbal de la Costa”. En cartas posteriores enviadas a otro editor, intentando un acuerdo económico para contar la historia de su vida, reconocía haber matado a otras dos personas en Inglaterra. A una de ellas por haber abusado de él cuando era pequeño.

Como no había cuerpo, no existía delito. Pretendía seguir la línea de actuación de su paisano John George Haigh, “el Vampiro de Londres”. Éste, tras confesar que había disuelto en ácido sulfúrico a sus víctimas, preguntaba a la policía: ¿cómo podrán probar que he cometido un crimen si no existe cadáver?

Durant inició al tiempo un largo rosario de contradicciones, para finalmente dirigirse al juez desdiciéndose. La última vez que alguien vio a Karen fue en compañía de dos narcotraficantes, a los que acusó de su muerte. Incluso concretaba que el delito se había cometido en Marbella.

De todos modos, existían pruebas que lo incriminaban directamente, como el hecho de que tuviera en su poder el móvil y una tarjeta de crédito de la desaparecida, que había intentado utilizar. Estaba claro que, cuando en el 2007 se sentó en el banquillo de la Audiencia Provincial de Alicante, iba a ser el primer condenado de este siglo por asesinato sin cuerpo.

Su abogado, Juan Sánchez, había declarado previamente que la confesión de canibalismo estuvo motivada por un intento de obtener notoriedad y fama.

–Los datos objetivos los proporcionó Durant. Sin su testimonio no hubieran podido encontrar la maleta… De todos modos sangre no implica muerte.

NO HABÍA CADAVER

La estrategia de la defensa quedaba clara. El elemento clave siempre es el muerto. La ausencia del corpus delicti dificultaba enormemente la reconstrucción de los hechos y, por tanto, su calificación. Se necesitaban los restos de la víctima para saber de qué modo había fallecido. Las penas son de 15 años como máximo para el homicidio y de 30 para el asesinato con agravantes. Además, desde el tremendo error de “El crimen de Cuenca”, la justicia ha sido muy reacia a condenar sin cadáver. Fue en el caso del Nani donde se impusieron las más elevadas por delitos con desaparición forzada.

Posteriormente, al reconocer la autoría del crimen, intentaba que lo ingresaran en algún psiquiátrico. Sabía que, si lo extraditaban, iba a pasar largo tiempo en una prisión de alta seguridad.

La fiscal, que solicitaba inicialmente una pena de 18 años por asesinato, se reunió con los abogados de la defensa y la acusación para lograr un acuerdo. Tras la conformidad alcanzado por las partes, se consideraba probado que la mató durante el transcurso de una discusión. La había golpeado con una maza y después cuarteó, aunque el ministerio público eliminó que fue “por la espalda y de forma sorpresiva”. Dado que el occiso no había sido hallado, no se podían acreditar ambos extremos.

Iniciada la vista oral, el acusado, después de haber dado con anterioridad hasta cinco versiones del crimen, sorprendió al jurado y al numeroso público que abarrotaba expectante la sala de justicia.

–¿Usted ha asesinado a Karen Durrell?

–No –fue la respuesta seca y fría del acusado. El eco se perdió por el fondo de la estancia. El público y los enviados especiales de la prensa londinense no parecían dar crédito a lo que acababan de oír.

–¿Pero no ha hablado con su abogado? –le inquirieron desde el tribunal.

–Hace cuatro años.

La confusión se aclaró cuando el procesado enmendó, reconociendo que había matado a Karen, con la que mantenía una relación sentimental, aunque negó que se deshiciera de ella comiéndosela.

La sentencia fue de doce años por homicidio y nueves meses por otras causas. El condenado escuchó el fallo sin gesticular. Bajó la cabeza cuando terminó la lectura. Apenas movía las pupilas. Era consciente de lo que le queda por delante. Una vez que cumpla la pena impuesta será trasladado a una cárcel del Reino Unido, donde está encausado en un par de muertes y robo a mano armada de furgones blindados. Se cree que es autor del asesinato de una compatriota que vivía cerca de Repton Park, en Woodford, cuyos restos tampoco han aparecido. Pudo ser su primer caso de canibalismo.

LARGO HISTORIAL DELICTIVO

Durante once años anduvo entrando y saliendo del trullo. Se fugó aprovechando su estancia en un hospital en el que, custodiado por la policía británica, le estaban realizando una revisión médica. Huyó a España con un pasaporte falso. Se pueda comprobar o no su antropofagia en Inglaterra, deberá pasar tres décadas en prisiones de su país.

De 41 años de edad y heroinómano, en el veredicto del tribunal alicantino se reconoce que sufre un trastorno antisocial que no afecta a su capacidad para conocer y comprender el alcance de sus actos, así como la ilicitud de los mismos y actuar conforme a esa comprensión. Quizá su forma de deshacerse de los cadáveres tuviera por único fin que no lo relacionaran con tales delitos o que le guste ingerir carne humana. Lo cierto es que trajo un nuevo estilo de matar.

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Juan Rada
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Juan Rada

JUAN RADA es el decano de los periodistas de crónica negra. Participa en programa de TVE, Cuatro (Cuarto Milenio), La Sexta, Telecinco, Telemadrid, 7NN y otros canales.

También en las principales cadenas de radio, especialmente en RNE. Colabora en prensa y ha publicado doce libros, la casi totalidad de crímenes.

Licenciado en Ciencias de la Información, fue director de los diarios ‘El Noticiero’ (Cartagena), ‘El Telegrama’ (Melilla) y otros, y del semanario de sucesos ‘El Caso’.

Forma parte del Comité Asesor de Expertos del Colegio de la Criminología de la Comunidad de Madrid.
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