Su nombre, como bailarina, se ha convertido en el sinónimo de las grandes espías que ha habido en el mundo. No fue la mejor, ni mucho menos, pero sí la que más fama ha tenido hasta convertirse en una leyenda. Protagonizó una existencia tejida de sensualidad, lujo y misterio. España tuvo que ver bastante en su vida, sobre todo en su trágico final.
Margaretha Geertruida Zelle nació en 1876 en los Países Bajos, en el seno de una familia de clase media. Con tal sólo 19 años se casaba con un desconocido. Rudolf John McLeod, alcohólico y asiduo de prostíbulos, que le doblaba en edad.
Tras el nacimiento de una niña se trasladaron a las Indias Orientales. Vivieron años felices y tuvieron un segundo hijo. La extraña muerte del bebé, posiblemente envenenado por una niñera desequilibrada y como venganza por el trato marcial que imponía el cabeza de familia, hizo que la relación matrimonial se deteriorara.
La joven se había acostumbrado a una vida de derroche y exhibición, tras las penurias pasadas antes de contraer matrimonio. De regreso a Europa el marido se cansó de tales excesos y la abandonó, no sin antes quitarle la custodia de la niña.
SALTO A LA FAMA
Una vez sola decidió trasladarse a París, dispuesta a convertirse en modelo. Se reinventó, montando una curiosa historia. Afirmaba proceder de la isla de Java. Hija de una gloriosa bayadera del templo de Kanda Swandi. Tras el fallecimiento de su madre había sido adoptada por unos sacerdotes que la bautizaron con el nombre de Mata Hari, que significaba “pupila del amanecer”. Después, dada su belleza, fue raptada por un capitán holandés que la trajo a Europa.
Su fértil imaginación contribuyó a crear en su entorno un halo fascinante. Pelo oscuro, piel morena y ojos azabaches, lo que unido a sus embriagadoras actuaciones semidesnuda, captaron el interés general. Realizaba una danza novedosa, mezcla de bailes hindú, indonesio y de cabaret.
El público pugnaba por conseguir localidades en las primeras filas para verla actuar de cerca. Su camerino era cita de ricos admiradores y pronto empezó a vivir holgadamente. De las bambalinas del music-hall pasó a las camas de los hoteles de lujo.
Desarrollaba una intensa vida social y amatoria. Se convirtió en la cortesana más famosa de la época. Todos competían por sus favores. Y ella se los cobraba debidamente. Se comentó que entre sus amantes estuvieron el barón Henri de Rothschild, el compositor Giacomo Puccini o el ministro francés de la Guerra, Pierre Messimy.
Rica y famosa, en el año 1904 vino a España para inaugurar el Gran Kursaal. Hasta entonces un popular frontón madrileño, situado en la céntrica plaza del Carmen, reconvertido en sala de variedades, siguiendo el modelo parisino del Théâtre des Variétés. Compartió cartel con Imperio Argentina y curiosamente tuvo como teloneras a las hermanas Anita y Victoria Delgado. La primera de ellas entonces fue descubierta por el maharajá de Kapurtala, Jagatjit Singh, que la convirtió en su esposa.
La actuación de Mata Hari impactó grandemente en la sociedad madrileña. Incluso se desplazaban exprofeso de provincias para ver en acción a tan singular bailarina. Su fama llegaba hasta el último rincón.
Diez años después regresó, tras el estallido de la I Guerra Mundial. Decidió abandonar su sede, en la capital francesa, instalándose en nuestro país, neutral en el conflicto bélico y sabedora de que aquí tendría trabajo de sobra. Apenas había descendido del tren en la estación del Norte (actual Príncipe Pío) cuando fue contratada para actuar en Trocadero, una sala de fiestas con selecta clientela.
Se codeó con lo más granado de la élite nacional, seduciendo a personajes notables. Por su habitación del Ritz desfilaron presidentes del Consejo de Ministros como Álvaro de Figueroa, primer conde de Romanones, y Eduardo Dato; también el senador Emilio Junoy, el torero Vicente Pastor y otros nombres muy conocidos. Sabía muy bien cómo tratar a sus admiradores de puertas adentro. Sábanas y sexo eran un juego que dominaba tan perfectamente o, quizá, mejor que la danza.
Hubo un nombre que marcaría su trayectoria en nuestro país. Wilhelm Canaris, habitual de la noche madrileña, quedó prendado cuando la vio interpretando un baile oriental. Tras la actuación la invitó a su mesa para compartir unas copas de champán. Charla animada en el primer contacto, al que seguirían otros. Después, en plan privado. Se convirtieron en amantes. Futuro jefe de la Abwehr, la organización de inteligencia y contraespionaje de su país, su objetivo era organizar una quinta columna en Madrid mediante una tupida red de agentes. Que nada escapara a sus ojos y oídos.
Logró hábilmente que confesara algo que venía sospechando. Mata Hari pasaba información al general Georges Ladoux, jefe del Servicio de Espionaje y Contraespionaje Francés. Un encargo que le habían hecho cuando anunció su intención de asentarse artísticamente en la capital de España, gran hervidero de espías en aquella época. Como derrochaba el dinero la habían captado a golpe de billetes.
El diplomático germano la convenció para que trabajara también al servicio de Berlín. Pasó a ser la espía H-21. Una agente doble. Percibiría importantes sumas de dinero.
Mientras, seguía pasando información a París para que no sospecharan de ella. Así, dio cuenta de un desembarco de tropas alemanas en Marruecos. Pero en la capital gala ya no confiaban en ella. Sospechaban que trabajaba para el enemigo.
Continuaba más solicitada cada vez. En una escala que hizo en Vigo, donde había bastantes espías, recibió una oferta de los rusos. Era conocido que en París se había enrollado sentimentalmente con el capitán Vladimir Vadim de Masloff, perteneciente al Primer Regimiento Especial Imperial que el zarismo había enviado en apoyo de los aliados. Tenía veintiún años y cayó cautivo en sus brazos. Vivieron un apasionado romance. Un millón de francos era el precio si decidía trabajar al servicio de Moscú. Tenía un magnetismo especial para atraer el dinero.
COMIENZA EL PELIGRO
Pero cada vez se acentuaban más las sospechas sobre ella. Así, cuando llegó a Inglaterra en un buque procedente de Holanda, el recién formado MI5 (la agencia de inteligencia) la interrogó a fondo. Sus declaraciones contradictorias hicieron que la embarcaran con destino a España. Y advirtieron a sus colegas franceses del doble juego que estaba haciendo con los alemanes, calificándola de demimondaine (de moral ligera).
El mando superior de Canaris, el coronel Von Kalle, pensaba que la joven les sería mucho más útil en la capital francesa. Su sex-appeal constituiría un magnífico cebo para los mandos militares galos. Podría obtener importantes confidencias de alcoba. La convencieron para que regresara al Moulin Rouge.
Volvió a la ciudad de la luz. Pronto intimó con gente de alta graduación. El Grand Hôtel era cita de los personajes más influyentes de Europa. Cada cierto tiempo se desplazaba a la ciudad alemana de Colonia para informar y, a la par, recibir instrucciones. Durante un tiempo pasó desapercibida. Hasta que saltó la alarma.
Ocurrió en uno los viajes de regreso tras cumplir con su cometido. Un aduanero, que debía ser admirador suyo, le susurró al oído mientras registraba su equipaje: «No desembarque en Francia. Aguardan su regreso para detenerla. Este barco sigue viaje a España».
Asustada, decidió hacerle caso. Continuó a bordo hasta Gijón. Una vez en Madrid decidió cambiar de hotel. Se hospedó en el Palace. Cuando se encontraba en el acristalado salón de té recibió un telegrama que cambiaría fatalmente su destino. Era un mensaje de los alemanes en el que se le ordenaba regresar urgentemente a la capital gala. Debía continuar con su labor de espionaje.
En la estación del Norte montó en el tren Madrid-París. Sería su último viaje en libertad. Fue apresada al poco de cruzar la frontera. Y sometida a un consejo de guerra por alta traición. Espionaje, complicidad y trato con el enemigo eran los cargos en su contra.
Una de las inculpaciones fue que «desde junio de 1916 habéis entrado en relación con los militares de todas las nacionalidades que estaban de paso en París». Alegó en su defensa que se acostaba por placer; nunca por deber. Incluso, por dinero. «Prostituta, sí, pero traidora ¡jamás!», llegó a gritar durante la vista.
Reconocía sus costumbres disolutas, pero negaba cualquier actividad de espionaje «Si alguien dice que me proporcionó información secreta, el delito lo cometió él, no yo». Confiaba en que sus amantes de las altas esferas no la dejaran en la estacada. Vana ilusión. Se encontraba sola. Por completo. Sentencia: pena de muerte.
Se le responsabilizó de la muerte de soldados aliados en el frente. Fue condenada sin demasiadas garantías procesales ni pruebas concluyentes. Así lo reconoció más tarde el fiscal, teniente André Mornet.
El fuerte de Vincenne, tal día como hoy, fue escenario de la ejecución. Era una fría mañana de octubre 1917. Acudió con paso firme al paredón. Perfectamente vestida y arreglada. Cuentan, aunque quizá de modo fabulado, que no aceptó que le vendaran los ojos y que saludó con un beso de despedida al pelotón que la iba a fusilar. Cuatro de las doce balas alcanzaron su cuerpo, una de ellas en el corazón. Tenía cuarenta años.
Su cuerpo no fue reclamado por ningún familiar ni amante. De la morgue fue trasladado a una facultad de medicina para que realizaran prácticas los estudiantes de anatomía. Algo que se hacía habitualmente con los ajusticiados. Únicamente se respetó su cabeza, que fue embalsamada y después expuesta en el Museo de Criminales de Francia. En 1958 fue robada y jamás apareció. Se cree que se la pudo llevar algún enfervorizado admirador.
POSIBLE DELACIÓN
En Madrid circuló el rumor de que la había delatado Raquel Meller, encelada porque la espía mantenía un tórrido romance con Enrique Gómez Carrillo. La cantante había iniciado una relación sentimental con el escritor guatemalteco y peligraba su boda, que se celebró dos años después. La delación era la mejor forma de quitarse de encima a tan peligrosa rival. La española cantaba de maravilla, pero la bailarina daba más juego en la cama dada su prolífica experiencia amatoria.
Dicho autor sudamericano era muy mujeriego y se caracterizaba por sus infidelidades. De ahí que nuestra compatriota, de fuerte y violento carácter, decidiera jugar a tope. Una artista que no dudaba en abofetear en el escenario a compañeras de profesión.
Transcurrido un tiempo se hizo público que no había existido tal relación sentimental entre el escritor y la espía. Había sido un bulo propagado por el político catalán Emilio Junoy. Inicialmente afirmó que Gómez Carrillo se había enamorado perdidamente de la bailarina, en la época en la que actuaba en Madrid, pero ella lo rechazó. La historia llegó a oídos de Raquel Meller y juró vengarse de su contrincante.
Según Junoy, la espía no pensaba retornar al vecino país hasta que un amante, militar francés, le telegrafiara confirmándole que el viaje era seguro. Entonces Raquel Meller, enterada del asunto, le envío un falso telegrama apremiándola para que volviera a París cuanto antes. Y la espía picó en el cebo. Cuando ocho años después la cantante acudió al Vaticano y se entrevistó con Pío XI circuló el rumor, por los mentideros madrileños, de que había acudido a ver al Papa para que le absolviera de la muerte de su rival.
Lo curioso de tal historia es que el senador y el escritor eran amigos. Y continuaron siéndolo tras que el primero reconociera que todo era una mentira. Quizá, un montaje publicitario en favor del escritor.
Su matrimonio con Raquel Meller tan sólo duró tres años. Después escribió la obra “El misterio de la vida y de la muerte de Mata Hari”. Quería aprovechar el protagonismo que había tenido en dicha historia.
De todos modos algo les unía en líos de cama, hubieran compartido o no al escritor. Ambas se acostaron repetidas veces con el rey Alfonso XIII. La aragonesa afirmaba que había querido tener un hijo con el rey, pero que no pudo ser porque el monarca le decía con ironía que «ya estaba gastado». Al menos era lo que contaba ella.
Intrincados asuntos de alcoba que, en el caso de la famosa espía, aceleraron su caída. Se movió en exceso entre Madrid, París y Amsterdam. Y lo terminó pagando con la vida. Quizá fue un chivo expiatorio.
En cuanto a la causa final para su detención, posiblemente fue descubierta por los franceses a causa de un mensaje cifrado de Canaris, a la oficina de la capital de los Países Bajos, informando de su paradero. La Torre Eiffel funcionaba como radio militar para interceptarlos. Puede también que los alemanes decidieran prescindir de sus servicios al comprobar que ya estaba quemada. La desclasificación de archivo del MI5, precisamente a los cien años de su ejecución, ha confirmado que el servicio de inteligencia británico fue el primero en recelar de su actividad.
Lo cierto es que Mata Hari se dejó deslumbrar por oropeles y amantes, arriesgándose por mantener un nivel de vida con el que de joven no hubiera soñado jamás. Tenaz, enigmática y ambiciosa, jugó fuerte y acabó perdiendo en el ajedrez de la alta política. Corrían tiempos muy difíciles. No calibró lo sencillo que resulta a quienes provocan las guerras dejar en la estacada a una mujer inerme ante el fuego cruzado.
Su muerte la convirtió en leyenda. Una vida intensa y aventurera llevada al cine con gran éxito, interpretada por divas de la categoría de Greta Garbo o Jeanne Moreau. Con el paso de los años su popularidad se ha ido agigantando. Su nombre, ya un mito, va parejo a la historia del espionaje.
Esta apasionante historia la desarrollo más ampliamente en mi libro “PERFUME PELIGROSO” dedicado a espías, asesinas, narcotraficantes, estafadoras, bandoleras, ‘madames’, sicarias, ladronas, etc.. de nuestro país o que se han movido por aquí.